Reflexiones compartidas
Hace unas semanas leí un twit de mi admirada Laura Freixas dónde decía lo siguiente:
Soy una persona que usa poco twitter porque va demasiado deprisa como para que me de tiempo a reflexionar sobre lo que leo; no tengo las ideas tan claras sobre todo como para poder emitir una opinión rápida, necesito tiempo para reflexionar.
Por eso un twit del 28-12-2021 me ha tenido pensando hasta el 09-01-2022, que es cuando me he decidido a escribir estas palabras.
Yo soy de una generación en la que mi madre nació en los años 40 casi 50 del siglo pasado. Seguramente en las jóvenes de las que hablas Laura yo no esté incluida. Aún así me ha hecho pensar en un fenómeno que vengo observando tanto en mi, como en mi entorno mas cercano. Y es el cambio de forma de ver a nuestras madres y abuelas, y aquí quiero dejar claro que me refiero a las mujeres que nos antecedieron, y no a los hombres de nuestras familias.
Las mujeres de mi generación renegamos de nuestras familias durante mucho tiempo, quizá nos cayera bien durante un tiempo nuestro padre, pero desde luego renegábamos de todo lo que tuviera que ver con esa mujer que estaba en la cocina, que limpiaba todo, que estaba al servicio de todos.
Cuando hablo de las mujeres de mi generación me refiero no solo a las que tienen mi edad, sino las que crecimos en un entorno económico con carencias, aquellas que se desarrollaron en barrios del extrarradio de grandes ciudades, dónde parecía que las niñas teníamos mucha libertad, que podíamos disfrutar de las cosas que a nuestras madres les fueron prohibidas y donde ellas aceptaban y apoyaban ese cambio, porque sus hijas por fin podrían estudiar. Derecho que a ellas les fue recortado. Recortado desde el convencimiento social de que “para qué” si al final iban a acabar encerradas en casa siendo madres y esposas dedicadas a servir a su familia.
Estas niñas crecimos odiando todo lo que tenía que ver con estas mujeres, con nuestras madres, nuestras abuelas, nuestras tías; mientras que sentíamos que algo no iba bien, que algo no acaba de encajar, pero seguíamos. ¿Qué otra cosa podíamos hacer?
Al entrar en la adolescencia toda esa libertad de ser, se transformó en la obligación de gustar. La que encajaba en ese dictamen, bien, la que no (como es mi caso) vivía en una constante tormenta y lucha por hacer ver que seguía siendo esa persona capaz de hacer cualquier cosa, con o sin la regla.
Ese cambio social que se produjo a nuestro alrededor, lo vivimos desde la soledad de tener un problema cada una de nosotras, no desde una perspectiva social que trabajaba para que nada cambiara y para que volviéramos a ser ese ángel del hogar que tantos y tantos hombres siguen echando de menos.
A esta circunstancia se le sumó el trato de nuestros padres a nuestras madres: infantil y vejatorio. Esto nos hizo pensar que mientras ellos, nuestros padres, eran héroes; ellas, nuestras madres, no valían nada. Y ¿nosotras?, ¿qué pasaba con nosotras que no éramos capaces de asimilar esa forma de tratarnos la sociedad?, pues pasaba que estábamos perdidas y solas luchando contra algo que no comprendíamos.
Y así, pasaron los años. Nos hicimos grandes, algunas se casaron, otras no. Algunas tuvieron hijos y sufrieron en sus carnes ese otro cambio social que se produce cuando una mujer es madre, otras no. Pero el “run run “de que algo no iba bien seguía en todas.
Con el tiempo muchas mujeres con la misma sensación tuvimos un despertar y vimos que el problema no era personal, era político y social. No era una lucha individual, sino colectiva.
Entendimos que durante años, siglos, se nos había ocultado, ninguneado, maltratado y que nosotras éramos las hijas de ese maltrato… pero ¿solo nosotras?, ¿este sistema solo nos había mal tratado a nosotras? En ese momento vimos que no.
Ese maltrato había pasado con muchas otras mujeres antes que nosotras, mujeres de grandes nombres de otras épocas que íbamos descubriendo, mujeres que tuvieron que luchar mucho para desarrollar su actividad para después desparecer en la Historia, como una gota de lluvia en el océano.
Con el tiempo entendimos lo que significaba la sumisión sexual de la mujer al hombre. Y nos hizo cuestionarnos nuestra propia posición en nuestras relaciones de pareja. Ahí seguíamos mirándonos entre nosotras, mirando a las grandes mujeres de otros tiempos, cuando de repente vimos a nuestras madres y entendimos que este mismo mecanismo social las había afectado a ellas. Y empezamos a entenderlas.
Empezamos comprender que cuando nuestro padre trataba a nuestra madre de incapaz la estaba maltratando: nuestro propio padre. Entendimos que si nuestras madres no habían estudiado era por que la sociedad había trabajado concienzudamente para que no lo hicieran. No porque fueran tontas o no valieran.
En ese momento empezamos a hablar de ellas y con ellas y descubrimos que eran personas, que habían sentido que algo no iba bien y como nosotras, lo lucharon solas. Cuando nosotras vimos que el problema era colectivo, muchas de ellas también lo vieron, pero se encontraron con poco margen de maniobra debido a que su poder económico era escaso. Algunas dieron el paso y salieron, muchas otras no, pero no las vamos a dejar. Son compañeras, muchas de sus enseñanzas nos dieron alas para llegar dónde estamos, el típico: no dependas de ningún hombre ¿de dónde vino?, ¿de la televisión? NO, vino de ellas y por eso reconocemos su trabajo, su importancia y su aportación.
Esto no quiere decir que volvamos a la familia, o que no reneguemos de ella. Nada mas lejos, lo que pasa es que no podemos dejarlas solas y no reconocer su labor.
Si gastamos muchas horas en evitar que borren a las grandes mujeres de la historia, ¿no vamos a trabajar para que nuestras compañeras, que además son nuestras madres, no se desvanezcan del mundo como si su aportación a nuestras vidas no hubiera sido importante?
¿Esto significa que volvamos a la familia? NO, esto significa que las vemos, que las reconocemos y que no las vamos a dejar solas.
Por eso querida Laura, mi visión no es que volvamos a los valores de la familia, mi visión es que reconocemos a nuestras madres, abuelas como compañeras y por eso volvemos a ellas.
Sara.